La carta de los Nahua

En el día Internacional de los Pueblos Indígenas tenemos poco que celebrar en el Perú y es importante decir por qué. Propongo algunas reflexiones a partir de la lectura de la carta manuscrita que recientemente escribieron representantes de la Comunidad Nahua de Santa Rosa de Serjali al Viceministro de Interculturalidad. Se trata de un documento de interés público al que algunos medios de comunicación y también analistas han hecho referencia, aunque sin mostrar la carta y sin reflejar todos los puntos allí planteados. Lo primero que me llamó la atención fue leer acerca de una carta que nadie mostraba y a la vez se citaba, en tiempos en los que todo documento público termina en internet. Felizmente ya podemos leerla todos aquí.

La carta, manuscrita y sellada, incluye las firmas del Jefe, Presidente, Sub Jefe, Teniente Gobernador, Fiscal, Vocal y Vice Presidente de la Comunidad Nativa. Se trata de los principales representantes de Santa Rosa de Serjali, quienes a través de un documento escrito en castellano (el idioma del Estado) se dirigen a la autoridad competente (el Viceministro) para reclamar con mucha firmeza y claridad por “el olvido y el abandono” de autoridades que están legalmente obligadas a (y pagadas por el Estado, eso también lo tienen claro) garantizar el ejercicio de su derecho a la seguridad, a la salud, y también a la auto-determinación. Son ciudadanos muy conscientes de sus derechos colectivos diferenciales, y también del rol y el estatus de los funcionarios públicos, quienes -tal y como se señala en la carta- están sujetos a control y auditoría de sus actos.

Al ver que la carta era manuscrita pensé que eso era un símbolo de la gran distancia (y no precisamente geográfica) que hay entre este pueblo y “su Estado”. Una carta muy rara en tiempos de computadoras, emails y documentos en pdf, que los presentaba como alejados de los recursos considerados “esenciales” en una modernidad en la que también el Estado (sobre todo en sus oficinas centralizadoras del poder en Lima) se inserta cada vez más. ¿Se puede ejercer funcionalmente la ciudadanía sin el acceso a los recursos de la modernidad? Me pareció entonces chocante que la carta fuera manuscrita.

Algunos podrían decir que el hecho de que es un pueblo en situación de contacto inicial probablemente lo explica, y seguramente en parte es así. Pero los Nahua fueron contactados por primera vez en 1984, hace casi 30 años, y es claro que en ese tiempo han avanzado más en integrarse a la cultura y la lengua del Estado persistentemente monocultural que aun tenemos, de lo que el Estado ha podido acercarse a ellos. Saben que una carta de queja, luego de una reunión infructuosa, es un recurso legítimo y que debiera ser atendido. Resulta entonces que no están lejos de conocer y entender la lógica del manejo del poder en el Estado, ni de articular un discurso ciudadano. Aunque muchos en la sociedad y en el Estado no lo quieran ver, la diferencia cultural y el aislamiento parcial no ha impedido en este caso generar agencia política en los términos que la propia democracia reclama.

Es importante reconocer que uno de los principales problemas que enfrentamos en estos tiempos, en los que hablamos tanto de interculturalidad y de políticas interculturales, es que de forma constante los PPII no son considerados interlocutores válidos en sus relaciones con el Estado. Sus palabras e incluso sus escritos significan poquísimo, no reciben atención, son ignorados. En el mejor de los casos son reinterpretados, pero difícilmente se les permite hablar directamente y en sus propios términos, y menos todavía participar en los procesos de toma de decisiones.

Resulta así que son consistentemente invisibilizados en términos políticos, es decir en cuanto a su derecho a participar en decisiones sobre lo que les afecta, aunque pueda haber un cierto reconocimiento de sus derechos sociales y culturales. Por eso es fundamental afirmar con mayor fuerza su derecho a ser reconocidos como interlocutores válidos cuya voz debe escucharse y atenderse públicamente. Por ello, esta carta debiera ser de lectura y respuesta obligatoria para los funcionarios del Estado aludidos. Más aun porque el contenido plantea puntos urgentes sobre los que varios sectores del Estado debieran ya haber actuado.

Lean entonces la carta y piensen si no tienen razón las autoridades de la Comunidad de Santa Rosa, cuyo territorio se ubica en la Reserva Teritorial Kugapakori, Nahua, Nanti y otros pueblos, en exigir atención inmediata por las condiciones de inseguridad en las que viven a causa de la existencia del proyecto petrolero que ahora busca expandirse en el tristemente célebre “lote 88”. O si no tienen derecho a reclamar atención médica inmediata frente a la propagación de la tuberculosis que sufren hace meses y nadie atiende. O si no tienen derecho a rechazar la expansión de un proyecto petrolero que terminará por expulsarlos de su territorio a un costo social y cultural incalculable. Consideren además que los Nahua vivían en aislamiento voluntario y fueron contactados y capturados por madereros ilegales indirectamente vinculados a las actividades extractivas de Shell en el territorio de la Reserva, y que a consecuencia de ese contacto murió la mitad de la población Nahua por la exposición a enfermedades para las que no tenían defensas naturales. El periodista David Hill lo ha documentado bien aquí.

Qué distancias y brechas tan grandes revela esa carta. Y a la vez, cuánto revela también de la auto-comprensión ciudadana de este pueblo que merece mayor reconocimiento como interlocutor válido por parte de la sociedad y el Estado. Ser un interlocutor válido significa ser reconocido como sujeto de derechos y por lo tanto escuchado y atendido como tal. Significa obtener respuesta a los reclamos y preguntas, ser tomados en cuenta a partir de la expresión de las propias necesidades e intereses, y también ser parte de las decisiones. Y en eso no hemos avanzado mucho en el Perú. Urge por ello tomar acciones más afirmativas que garanticen que las voces de los propios representantes de los Pueblos Indígenas sean escuchadas y tomadas en cuenta con respeto y seriedad. Incluso y especialmente, cuando se trata de voces que manifiestan desacuerdo y reclaman el respeto de derechos que el Estado falla sistemáticamente en garantizar.

Esto último lo deja en claro James Anaya, el Relator de Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, quien en su reciente Informe sobre Industrias Extractivas argumenta que los Pueblos Indígenas tienen derecho a oponerse a actividades extractivas, e incluso tienen derecho a expresarlo públicamente por medio de protestas (ver las sección III del informe, especialmente la sección A).

En el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, en el año en que se plantea justamente la importancia de los tratados entre los Estados, sus ciudadanos y los Pueblos Indígenas, y considerando que en el Perú vamos en una trayectoria de franco retroceso en cuanto al reconocimiento de los derechos de los Pueblos Indígenas, resulta impostergable reclamar y afirmar su condición de interlocutores válidos, como sujetos colectivos de derechos a quienes hasta hoy se les sigue negando el estatus de ciudadanía.

20130810-023404.jpg Foto tomada de http://sinpatronesperu.blogspot.com/2013/08/los-nahua-dicen-no-al-consorcio-de.html.

El congreso enajenado y la privatización de la política

El Congreso nos es ajeno. No nos representa. No se preocupa de transmitir demandas ciudadanas, pero siempre parece dispuesto a tomar decisiones oscuras que tiene que ver con intereses particulares y muy privados. Rara vez hay espacio y tiempo para temas de interés común sobre los que se delibera y reflexiona públicamente antes de decidir. Los ejemplos abundan.

El congreso (no merece las mayúsculas) delega todo el tiempo las facultades que son su razón de ser (legislar luego de deliberar asumiendo su rol de representante de la voluntad popular) en un ejecutivo que decide inconsultamente. Los temas asociados a la política tributaria o al intercambio comercial (es decir, de política económica) son los favoritos para la exoneración de la deliberación pública. Pero también el congreso recorta ahora derechos como el de la educación sexual de las y los adolescentes, mientras de paso planta oficialmente, como quien no quiere la cosa, la idea que no hay tanto un “derecho a la educación pública como una responsabilidad de los padres por educar a sus hijos”, idea que luego podría reforzar el argumento de que la educación no debe ser un asunto público sino un nicho de inversión casi virgen y negocio asegurado para la sacro-santa “inversión privada”. Y no olvidemos que hace muy poco el congreso en la misma semana, pero en diferente comisión congresal, aprobó (también a la sombra y sin debate público) el recorte de derechos de los ciudadanos LGBT condenándolos, a contracorriente del proceso de cambio mundial, a una ciudadanía de segunda clase. Un último ejemplo de la enajenación del congreso respecto de las demandas ciudadanas y de interés público, también reciente: hace solo una semana el congreso organizó una misa de acción de gracias por la bonanza económica, en la misma semana en que se confirma que 26 niños murieron de frío en el país. ¿El congreso que dice representar a la nación en un Estado laico reza para que continúe el perecible boom económico del momento, que no alcanza para salvar las vidas de niños que mueren de frío porque están desnutridos, y que están desnutridos porque son pobres? Congreso enajenado, privatizado, ilegítimo.

Y hoy 17 de julio había que protestar para impedir desde la calle la repartija que varios grupos que pasan como representantes de la ciudadanía en el congreso quieren legitimar. La congresista Rosa Mavila lo explicó muy bien antes de la vergonzosa votación en el congreso.

Pero ojo que aquí no se trata de patear ningún tablero sino de recuperar desde la calle, el símbolo último del espacio público para la defensa del bien común, el derecho a reclamar “representación” del interés público, y no de intereses privados. Lo que se quiere legitimar hoy en el congreso es la privatización de la política y esa es claramente una acción anti-democrática y por lo tanto anti-sistema. Entonces, había que ir a la calle para impedir también en el legislativo esta ofensiva de privatización de la política que en el congreso parece haber adquirido niveles de sentido común. Y es precisamente eso lo que ha causado indignación: ver y escuchar al congreso y a la clase política gobernante afirmar en el discurso y la práctica que representan solamente lo que a ellos como individuos o empresas electorales beneficia. No tienen vergüenza, creen que es lo correcto y lo afirman con sus actos sin sonrojarse. No estamos pues ante una acción que nadie pudiera prever, estamos más bien ante la constatación de que no solo han privatizado la política sino que creen que tienen derecho a hacerlo. Quieren legitimar la privatización de la política.

Por eso protestamos muchos espontáneamente hoy en la plaza San Martín, indignados e indignadas, gritando en la calle nuestro hartazgo y nuestras ganas de dar batalla. 20130718-015015.jpg
Las y los jóvenes lideraron la protesta.
20130718-062938.jpg (Foto de Paolo Aguilar)

A pesar de que la represión policial no se hizo esperar. 20130718-065140.jpg (Foto de Paolo Aguilar)

Y lo que más claramente se sentía era el hartazgo, expresado en los carteles y consignas de la protesta. 20130718-022431.jpg
Pero ojo también con que este no es el único nivel en el que formas de cooptación institucional anti-democrática han ido avanzando en el Perú, ni estamos ante las primeras protestas que denuncian la privatización de la política. Es tarea pendiente, particularmente de los analistas políticos, dar cuenta de manera más sistemática de las formas en que este tipo de avanzadas también vienen ocurriendo en otros poderes del Estado como el Poder Judicial y el Ejecutivo, y en sucesivos gobiernos. Y es tarea urgente de la ciudadanía defender la institucionalidad democrática de quienes, desde las propias instituciones del Estado, hoy la amenazan.

Por eso, esto recién empieza. A ver cómo nos va. 20130718-022106.jpg

¿Será Conga para Humala lo que Bagua fue para García? Pregunta urgente y reflexiones sobre el déficit democrático del gobierno.

La pregunta es urgente porque se ha programado una nueva marcha en las alturas de Cajamarca para el próximo lunes 17 de junio, y esta va a ser, nuevamente, una importante prueba sobre el carácter democrático o autoritario en el manejo de la discrepancia en el gobierno del Presidente Humala. La prueba va a consistir en la respuesta del gobierno a la protesta y su reacción frente a la oposición mayoritaria de la ciudadanía Cajamarquina al proyecto minero Conga que contempla la destrucción de cuatro lagunas en una cabecera de cuenca. Ya antes he escrito sobre el carácter singular y la fuerza de la protesta en las alturas de Cajamarca, y también sobre la Marcha Nacional del Agua, que demostró que la protesta local sí puede generar solidaridades nacionales y hasta una fuerte corriente de opinión desfavorable a las decisiones gubernamentales. En este post quiero ocuparme sobre el concepto de déficit democrático, categoría que he utilizado antes para evaluar los primeros meses del gobierno de Humala y que nos lleva a compararlo con los gobiernos que después de la transición democrática del 2000 asumieron el reto de consolidar la democracia por la que tantas y tantos pelearan en las calles.

No es por cierto la primera prueba de este tipo para un gobierno que aun debe responder por las 17 personas asesinadas por la policía en protestas solo en su primer año de gobierno. Es más bien la continuación de un conflictivo proceso que se inicia con la aprobación de un cuestionable proyecto en los últimos días del gobierno de Alan García. En ese entonces el candidato Ollanta Humala apoyaba la protesta. Se trata entonces de darle seguimiento a la forma en que los gobiernos plantean la relación con sectores que, siendo afectados directa e inconsultamente por decisiones gubernamentales, manifiestan públicamente su oposición. Se trata también de evaluar las consecuencias y el impacto que el deterioro de las relaciones entre Estado y sociedad tienen en el proceso de consolidación de la democracia.

A poco de haberse cumplido cuatro años de la violenta confrontación en Bagua la pregunta es impostergable y nos obliga a recordar la tristemente célebre política del perro del hortelano que impulsara el gobierno del ex-presidente García. Ésta se apoyaba en un manifiesto desprecio por los Pueblos Indígenas y predicaba la vigencia de la ciudadanía desigual (ciudadanos de primera, segunda y quizás tercera categoría), mecanismo que instituye y reproduce las brechas sociales, culturales y económicas en las que se asienta la exclusión política. La cultura política que la sostenía era claramente antidemocrática porque presumía y reforzaba la idea de la desigualdad natural entre conciudadanos. Pero además tenemos que dicha política se implementó reforzando la centralización del poder en un Ejecutivo que se acostumbró a legislar, y con carácter de urgencia, usurpando en la práctica las funciones de un Congreso obsecuente. La centralización de las decisiones fue acompañada por la imposición de la mano dura y la criminalización de la protesta como forma de relación principal para el manejo de la discrepancia y la oposición social. Se trata de múltiples dimensiones en las que la práctica gubernamental evidencia un déficit democrático y un surplus autoritario.

El carácter democrático o autoritario del gobierno no se mide solo ni principalmente en términos de su interés por perpetuarse en el poder y alrededor de los procesos electorales, en realidad se debe medir cotidianamente y en términos de la orientación, la consecuencia y la transparencia en el manejo de la gestión gubernamental. En cuanto a la consecuencia, se trata de preguntarse en qué medida va cumpliendo con su plan de gobierno, lo que es introducir un criterio de rendición de cuentas imprescindible en democracia. En cuanto a la transparencia, se trata de que la forma en la que el gobierno concibe y define lo que constituye “bien público” sea clara para todos, ya que esa definición es la que informa sus decisiones y sus decisiones impactan en todos. Es otro criterio imprescindible en democracia. Finalmente, en cuanto a la orientación, se trata de preguntar por el carácter de la cultura política que subyace a la práctica gubernamental. ¿Es el gobierno dialogante porque intenta ser representativo de la ciudadanía que le otorga el poder (esta es la actitud esencialmente democrática de un gobierno) o, es más bien unilateral e impositivo porque no reconoce la autoridad de la voz ciudadana (esta es la actitud esencialmente autoritaria de un gobierno)?

Yo creo que en el Perú tenemos que redefinir nuestro concepto y escala de medición de la democracia. No podemos conformarnos con el nivel de la democracia electoral. Tenemos que plantear un estándar más exigente pero también más fino en su medición. Creo que factores como la consecuencia, la transparencia y la orientación se pueden y deben medir. Y creo también que la medida principal de la democracia es la tolerancia de la discrepancia, es el respeto a la diferencia y a la pluralidad de opiniones. Tomarse en serio el derecho a la discrepancia es la medida de las relaciones democráticas entre el Estado y la sociedad. Dicen Jean Cohen y Andrew Arato en su importante tratado sobre la sociedad civil, que la desobediencia civil es el terreno límite en el que se mide el carácter democrático de un régimen. Por eso es que el derecho a la desobediencia civil ha sido incluido en las Constituciones de los países democráticos y ha sido reconocido como un derecho legítimo por pensadores tan disímiles como Hannah Arendt y John Rawls.

Es por eso necesario introducir en nuestro análisis del proceso político peruano este tipo de elementos, y preguntarnos en la actual coyuntura ¿cuál va a ser la orientación del gobierno en el manejo del conflicto por Conga? ¿Será Conga a Humala lo que Bagua fue a García?

Si tuviéramos que juzgar por el manejo anterior del conflicto, ilustrado magníficamente por Markus Ronjam al final de este post, la respuesta sería que la orientación es autoritaria. Si le hacemos espacio a la idea de que las acciones del gobierno podrían ser diferentes entonces tendremos que considerar que la respuesta del gobierno será una prueba importante. La pregunta se vuelve, por eso, urgente.

20130616-151836.jpg

Apuntes sobre el sustrato ideológico de la República Empresarial

economia libre de controles

Hace unos días la historiadora Cecilia Méndez caracterizó al Perú actual como una República Empresarial. Es una caracterización interesante y provocadora que merece discusión.

Creo que es una caracterización acertada porque podemos constatar que a pesar del cambio de gobiernos en el Perú desde la década del 90, y a pesar del cambio en la forma de gobierno luego de la caída del Fujimorato,  hay una notable continuidad en la imposición de un modelo neoliberal en el que las empresas y los empresarios tienen una posición dominante. Los principales exponentes de este proyecto que da continuidad gubernamental al capitalismo neoliberal no son los líderes políticos democráticamente elegidos sino más bien empresarios que han adquirido una capacidad de influencia muy fuerte y visible en el Estado y sus gobernantes de turno. A su vez, el régimen se sostiene en funcionarios del Estado, ubicados principalmente en el Ministerio de Economía y Finanzas, que hicieron posible la institucionalización del neoliberalismo en los 90 y que desde entonces le dan continuidad gracias a que permanecen dentro del aparato del Estado mientras los gobiernos cambian (Alberto Vergara lo explicó muy bien aquí). Y también hay que mencionar a sus ideólogos, quienes públicamente predican la retracción del Estado a un rol regulador que corresponde con la idea del Estado mínimo, alientan la transformación del proyecto nacional en un proyecto de marketing alrededor de la Marca Perú, y proponen que la mejor forma de ejercer la ciudadanía es actuando como consumidores y como abanderados del “emprendedurismo”.

La tesis es provocadora porque invita a formular una multiplicidad de preguntas: por ejemplo no sólo en quiénes sino cómo se sostiene esta República Empresarial, es decir, cuáles son los factores estructurales, institucionales e ideológicos que permiten la reproducción de este régimen. Asimismo, invita a preguntarse si el régimen que hegemoniza el espacio de la administración centralizada del Poder Ejecutivo lo hace de manera uniforme en ese espacio, y si adquiere la misma fuerza en todas sus instancias (en todo el Ejecutivo, en los tres poderes del Estado y en los distintos niveles de administración descentralizada del poder). De igual forma, hay que preguntarse por la manera en que este régimen logra movilizar o no a la sociedad considerando sus distintas formas de organización, provocando quizás resistencias pero también formas diversas de adaptación y hasta transformación, por ejemplo en los distintos sectores que habitan las urbes peruanas y que atraviesan notables procesos de “modernización” orientada a situar al consumo como actividad predominante, o en sectores rurales en los que las comunidades y etnias peruanas empiezan a reivindicar políticamente su identidad y derechos como sujetos colectivos que no ven en la integración al mercado una contradicción a sus reclamos. Justamente los antropólogos Ludwig Huber y María Eugenia Ulfe hacían notar hace poco en una conversación a propósito de la tesis de Cecilia Méndez, la importancia de formular también preguntas de investigación que permitan dar cuenta de las formas en que la transformación del proyecto nacional en un proyecto de  marketing logra instalarse o es más bien reapropiada, en las prácticas sociales de actores sociales y políticos contemporáneos.

Hay entonces, mucho pan que rebanar. Para continuar con la discusión, a mí me interesa pensar en la ideología que sostiene a esta República Empresarial, en la cultura política que promueve, y también en las formas en que soslaya e invisibiliza su proyecto ideológico. Veinte años después del inicio del proyecto neoliberal en el Perú, ¿en qué consiste la ideología del neoliberalismo peruano? ¿cuáles son los valores que promueve y cómo informan estos las prácticas sociales y políticas de quienes gobiernan? Hablar de ideología en el siglo XXI parece una falta de sentido común pues se asume que con la caída de los socialismos realmente existentes, simbolizada en la caída del muro de Berlín en el siglo XX, ya no hay más ideología. En esta lógica que hay que cuestionar, el concepto de ideología se ha asociado exclusivamente al pensamiento de izquierda y se utiliza como sinónimo de “conjunto de ideas equivocadas y trasnochadas que inducen a la violencia” y por lo tanto como una mala palabra. Se retoma así la clásica definición Marxista para implicar que la ideología es una visión distorsionada de la realidad, pero se olvida que dicha definición estaba orientada a visibilizar las formas culturales y morales en las que, desde el Estado, se reproducía una forma de ejercicio de poder.

Es necesario recuperar la categoría para identificar más bien las formas en que el ejercicio del poder, en todo régimen, tiene un sustrato ideológico que asegura su continuidad por la vía del convencimiento de quienes lo habitan. En un régimen no solo hay imposición de diverso tipo, también hay convencimiento y adoctrinamiento precisamente desde las instituciones de ejercicio del poder. Las ideologías pueden por eso tener tantas orientaciones como tenga el ejercicio del poder, y no hay que reducir el análisis de ideologías a su fórmula del S. XX en el contexto del bipolarismo mundial.

Por el contrario, creo que seguir planteando debates en términos de “derecha” e “izquierda” en la actualidad pierde totalmente sentido si constatamos que, al menos en el período que estamos analizando (la década del 90 en adelante), no ha sido posible aun un gobierno de izquierda en el país. Lo más cerca que tuvimos ha sido la elección de Ollanta Humala, gracias al voto de un amplio sector de la ciudadanía que reclamaba un cambio radical del modelo de desarrollo y otro que reclamaba la democratización del poder (los primeros le dieron el pase a la primera vuelta, los segundos junto a los primeros le dieron el triunfo). Pero como Humala no gobierna para satisfacer a sus electores, no podemos hablar seriamente de un gobierno de izquierda. En la medida en que luego de la experiencia ya extinta de la IU no ha surgido otro proyecto político similar de envergadura, tampoco podemos hablar seriamente de oposición de izquierda. Y finalmente, en la medida en que la oposición social (porque en el Perú, la oposición ya no ocurre en la sociedad política sino en el plano de las organizaciones sociales) no necesariamente plantea una agenda de izquierda, tampoco podemos hablar de una oposición social de izquierda. En cuanto a la oposición social, me parece que podemos identificar diversos vectores ideológicos desde los que se confronta a la República Empresarial. La oposición es constante y extendida pero no logra ser fuerte (es decir, orientar en una misma dirección y estratégicamente sus acciones) porque ningún grupo y ningún discurso opositor ha logrado carácter hegemónico, es decir, articulador. En términos de Laclau y Mouffe, en el marco de la pluralidad discursiva que es la oposición social en el Perú, no vemos aun que se logre establecer una cadena de significaciones que permitan la articulación de un discurso universal capaz de contraponerse contra-hegemónicamente al poder establecido.

De lo que sí podemos y debemos hablar es de la ideología de quienes gobiernan. Y en la República Empresarial hay que hablar entonces de la ideología de los empresarios neoliberales, de los funcionarios públicos que aseguran la continuidad del modelo, y de sus defensores para preguntarnos por la forma en que conciben y quieren modelar el mundo, por los medios por los cuales tratan de hacerlo, y por la forma en la que apelan e interpelan a otros para lograrlo.

No tengo para nada el asunto resuelto sino algunas intuiciones que quiero compartir aquí.

Todo el tiempo tenemos ejemplos del despliegue ideológico del neoliberalismo en diarios como Peru21 o El Comercio. Pongo como ejemplo a Alfredo Bullard, a quien he comentado alguna vez en un post, quien recurrentemente se esfuerza por convencernos de que, por ejemplo, la pobreza es natural y asunto solamente de individuos que para dejar de ser pobres deben dejar de ser flojos ignorantes. En esa visión, no existen problemas sociales ni injusticias asentadas en estructuras económicas y sociales de larga data histórica, solo existen explicaciones a nivel de trayectoria individual que reclaman acciones puramente individuales. En ese escenario, la acción del Estado se plantea como la de garante y guachimán del juego económico y se afirma que la economía es la esfera en la que se resuelven las necesidades, demandas y expectativas de las personas, con lo cual se cancela el espacio de la política (entendida como espacio de deliberación para la acción concertada sobre asuntos de interés público) y se cancela también toda posibilidad de que el Estado pueda intervenir de alguna forma para generar condiciones de equidad que permitan combatir la persistente injusticia social con la que convivimos. La reacción exaltada de empresarios e ideólogos del neoliberalismo a propósito de la propuesta de que el Estado peruano compre la refinería La Pampilla a la empresa Repsol nos ha permitido escuchar nuevamente varios de estos argumentos que conviene estudiar y analizar en profundidad. La Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE) es otro espacio importante para analizar el discurso neoliberal.

Me parece que mucho de ese razonamiento nos remite a un imaginario político bien demarcado en los EEUU, el libertarianismo, una rama del pensamiento liberal que cuestiona el liberalismo clásico encarnado por John Rawls afirmándose en la defensa del individualismo radical, el Estado mínimo y la economía del laissez-faire. Desde esta visión se cuestiona frontalmente la legitimidad de conceptos como el de bien común, derechos sociales y económicos, redistribución desde el Estado, justicia social y hasta la propia existencia de la sociedad. Robert Nozick, el libertario político más importante del S. XX, es clave para entender esta forma de pensar que tan claramente simbolizara Margaret Thatcher, quien incluso llegó a decir “la sociedad no existe. Solo existen hombres y mujeres individuales”.

Al constatar las notables similitudes en los ejemplos que he dado aquí no quiero plantear que los ideólogos de la República Empresarial adhieren sin más al libertarianismo, sino iniciar una reflexión sobre el carácter y los postulados centrales de esta ideología invisibilizada y naturalizada a tal punto que ni siquiera tiene nombre propio. Surgen entonces más preguntas. ¿Quiénes son los ideólogos de la República Empresarial?  Creo que habría que empezar con Hernando de Soto, Mario Vargas Llosa y la creación del Movimiento Libertad y seguir el desarrollo de estas ideas y su transformación en prácticas políticas, sociales, y culturales promovidas desde el Estado. Luego tenemos material en el discurso de empresarios, políticos, funcionarios públicos y líderes de opinión a lo largo de veinte años.

También habría que preguntarse en qué medida se ha socializado esta ideología durante los veinte años que lleva ya el régimen de la República Empresarial y si ha logrado asentarse en el sentido común social. En otras palabras, y apoyándome en el excelente trabajo de Charles Taylor sobre los imaginarios sociales modernos, cabe preguntarse si el proyecto ideológico se va instituyendo como un nuevo imaginario social que organiza tanto instituciones como prácticas sociales, económicas y políticas. Y claro, también hay que identificar y sopesar las resistencias y formas antagónicas de pensar con las que se topa esta ideología que, a pesar de hegemonizar el espacio político y la esfera pública mediática, no logra extenderse de la misma forma fuera de Lima, y quizás ni siquiera alcanza la fuerza que algunos le atribuyen en Lima.

En resumen, hay mucho campo para trabajar aquí y toca a académicos e intelectuales dar cuenta críticamente de las distintas formas en que se va desarrollando el ejercicio del poder en el Perú del S. XXI. En esta amplia agenda de investigación es fundamental recuperar el análisis de las ideologías para establecer con mayor claridad los significados y orientaciones del proyecto político de quienes gobiernan.

* Imagen tomada de aquí.